lunes, 13 de agosto de 2012

mas alla del instinto

 
¿Instinto animal… o sexto sentido?





¿Ha observado alguna vez a su gato detenerse como si “detectara” alguna presencia? ¿Su perro ha lanzado algún aullido en la noche sin razón? ¿Cree usted que hay animales que perciben “presencias invisibles” o vaticinan muertes? Si es así, no dude en leer el presente artículo…

Tercera Planta del Geriátrico Steere House en Providence
(Rhode Island, EEUU)
A través de la puerta entreabierta de una de las habitaciones se asoman los ojos semicerrados de un gato rechoncho y moteado pelaje gris y blanco. Ignorando su inquisitiva mirada, una anciana octogenaria que yace en su lecho agonizante y que respira jadeando cada vez con mayor dificultad. El felino eriza su achaparrado lomo hasta la cola y entra disimuladamente en la estancia sin hacer ruido. Un débil ronroneo rasga su sigilo antes de saltar de un brinco hasta los pies de la cama. Girando varias veces sobre sí mismo, mueve sus zarpas como si quisiera atrapar una mosca invisible en el aire. Proyectando su hocico hacia el techo, permanece inmóvil como una estatua hasta que, finalmente, el animal cierra sus ojos y se acurruca plácidamente entre las sábanas que cubren los pies de la moribunda anciana, como si compartiera con ella el que será su último sueño…
     
El gato de los moribundos…

Dos horas más tarde, los médicos del hospital geriátrico certifican el fallecimiento de la anciana. Otra vez, y así durante un total de veinticinco ocasiones regristradas en poco más de año y medio, el comportamiento del gato Óscar se ha anticipado, pronosticando que la muerte se avecinaba a uno de los pacientes. Práctica habitual en muchos hospitales al ofrecer una consoladora compañía a los enfermos, el animal fue traído por un miembro de la plantilla asistencial geriátrica que lo había encontrado abandonado en la calle para convertirse en la última mascota de los moribundos de la “tercera planta”.Predicen catástrofes naturales y peligros de toda índole, detectan el retorno de sus dueños con notable antelación, poseen un prodigioso sentido de la orientación capaz de guiarles a lo largo de miles de kilómetros hasta encontrar su casa... Sus asombrosas facultades constituyen uno de los misterios más fascinantes que intrigan a algunos científicos.
El comportamiento de los animales ha vuelto a sorprender a zoólogos y etólogos durante el trágico maremoto acaecido en Asia. Gigantescas olas penetraron más de 3 km en el parque natural de Yala, en Sri Lanka, y ahogaron a 200 de sus empleados. Tras el desastre todo el mundo se preguntaba: ¿dónde están los animales muertos? «No hemos hallado el cadáver de ningún elefante, mono, jabalí, leopardo o cocodrilo. Ni siquiera una liebre. Deben de tener un sexto sentido para presentir los desastres», declaraba uno de los guardas del parque a la prensa.
 
Es bien conocido que los animales advierten con antelación todo tipo de peligros y que adoptan una conducta rara con antelación a los seísmos. Los pájaros enjaulados aletean, los caballos sufren ataques de pánico, los gansos suben a los árboles, las vacas rompen sus cabestros; arañas, serpientes y ratas salen de sus refugios. Basándose sólo en la observación de estas conductas, los sismólogos chinos han vaticinado al menos dos terremotos, uno de magnitud 7,5 uno en Haicheng en 1975, y otro de magnitud 6 en Yunnan, en 1997. Gracias a ellos salvaron la vida a cientos de miles de personas. Estos expertos están convencidos de que los animales anuncian los seísmos con más exactitud si hay temblores previos.
 
No obstante, gran parte de la comunidad científica es escéptica y piensa que se trata de coincidencias, o acaso de algún sentido muy desarrollado, que permitiría a ciertos animales detectar vibraciones o cambios eléctricos previos al terremoto.

En cambio, el bióoquímico británico Rupert Sheldrake, conocido por su teoría de los campos mórficos, piensa que estas hipótesis no acaban de explicar los hechos. «¿Por qué los sofisticados sismógrafos no detectan esas mismas señales sonoras?»,«¿por qué los animales no adoptan conductas extrañas ante las vibraciones producidas por maquinarias pesadas, o los gases que la tierra emite al cavarse fosas y minas?», se pregunta. Y añade: «¿y las mascotas que habitan el interior de edificios?, ¿responden también ellas a los cambios eléctricos o magnéticos?».

Sheldrake ha emprendido una cruzada para demostrar que los animales poseen facultades inexplicadas científicamente, como la telepatía, la premonición y el sentido de la orientación.

Esperando a Pam

Con el fin de demostrar estas facultades, Sheldrake recogió 580 casos que ha investigado personalmente en su libro De perros que saben que sus amos están de camino a casa (Ed. Paidós, 2001). En sus páginas nos ofrece el resultado de su estudio de perros, gatos y otro tipo de mascotas que anticipan el retorno de sus dueños, al menos con diez o quince minutos de antelación y aunque éste no se produzca a una hora fija. Esto descarta que lo hagan por el oído, el olfato o el sentido del tiempo. Y, lo más sorprendente es que, en el 17% de los testimonios, las mascotas esperan a sus dueños desde el preciso instante en que, imprevisiblemente, éstos inician su retorno a casa.
 
El perro Jaytee fue filmado mientras estaba solo. Los padres de su dueña, Pamela Smart, observaron que siempre parecía saber cuándo su hija volvía a casa, aunque lo hiciera a horas irregulares. Media hora antes de su llegada se sentaba en la ventana o puerta a esperarla. Cuando Pam se enteró de que Sheldrake estaba llevando a cabo esta investigación se ofreció a colaborar en el proyecto. Desde entonces se realizaron experimentos con Jaytee, en los cuales se demostró que no importaba si Pam viajaba en tren, taxi o cualquier otro vehículo, ni la hora o el lugar desde el que lo hacía; la mascota siempre comenzaba a esperarla en el mismo momento en que ella iniciaba el retorno al hogar, como si adivinara sus intenciones o tuviera una conexión mental con ella.
 
Según Sheldrake, las mascotas que anuncian con gran anticipación el regreso de sus amos no lo hacen exactamente por precognición, sino por una suerte de telepatía o vínculo mental con estos humanos. Es cierto, como afirman los escépticos y el propio Sheldrake reconoce, que faltan más estudios para demostrarlo científicamente. Sin embargo, lo que sobran son casos para empezar a indagar. Y prueba de ello son los abundantes testimonios que AÑO/CERO ha encontrado (números 34, 64 y 123) en cada ocasión que ha abordado este tema.
«Todos los que convivimos con un animal sabemos que existe una conexión simbiótica entre la mente de una mascota y su dueño», ha declarado a AÑO/CERO Isabel Salama, psicóloga clínica y experta en psicoterapia asistida con animales. «Mis hijos adolescentes me confesaron un día que nunca llegaba a pillarles fumando o haciendo fiestas, porque la perra Perla siempre se pone ante la puerta unos treinta minutos antes de que yo regrese. Y yo nunca vuelvo a la misma hora», nos cuenta Isabel.
 
Algo similar sucede con Kenzo, el perro de Teresa Niembro –masajista terapeuta–, que está muy unido a su hija Devi: «siempre sé cuando va a venir Devi a casa porque unos quince minutos antes Kenzo se sitúa delante de la puerta, expectante. Y es imposible que la huela o la oiga porque vivimos en un séptimo piso. Además, también me advierte cuando es Devi la que llama por teléfono, pues en ese caso Kenzo se dirige hacia el auricular, mientras que ni siquiera se inmuta cuando son otras personas las que llaman».

No es este el único modo en que se manifiesta una conexión telepática entre los animales y quienes les cuidan o trabajan con ellos. Según Sheldrake ha comprobado, esta transmisión se produce a menudo en ambas direcciones: «de personas a animales y viceversa».
 
«Que los animales obedecen a las órdenes mentales es algo que cualquier entrenador de perros sabe», nos comenta Gregorio Sánchez Pascual, fundador de CICAM (Centro Integral Canino del Ayuntamiento de Majadahonda). «De hecho, entre un perro y un entrenador tiene que haber una buena comunicación interna. Sin ella ningún adiestramiento tiene éxito. Es algo que se siente y para lo que unas personas están más dotadas que otras».

Llamadas de auxilio

Algunos dueños de mascotas experimentan esa transmisión mental con frecuencia. Es el caso de Mariví y su gata Lisa, que vive en una finca en el campo. «Lisa suele corretear y esfumarse por los jardines, pero cada vez que llego los fines de semana, no importa a qué hora, está en la puerta esperándome. Y cuando me voy –tampoco lo hago siempre a la misma hora– basta que piense en ella para que aparezca al rato». En cierta ocasión en que Lisa acababa de tener gatitos, Mariví sintió esa comunicación en sentido contrario. «Estaba en la piscina cuando presentí que la gata me necesitaba. Me levanté y empecé a buscarla. Al rato la encontré intentado rescatar a uno de sus hijos, que se había metido en un canal de desagüe, demasiado angosto para ella pero no para mi mano».
 
Otra llamada mental de auxilio fue la que hizo un gato moribundo a Gustavo Saeh y Alfonso Chillerón, fundadores de la Asociación Nacional de Defensa Animal (ANPBA), que llevan más de diez años denunciando el maltrato al que los animales son sometidos continuamente. Estos «ángeles de los animales» estaban dando una vuelta por León y nos relatan su caso.
«Teníamos sólo una hora antes de que nuestro tren saliera y queríamos ver la Catedral. Íbamos directos hacia ella cuando inexplicablemente nos desviamos por un callejón en la dirección contraria. Y allí, en mitad de la calle, pisoteado por todo el mundo, se hallaba un gato callejero malherido. Lo recogimos y buscamos la consulta de un veterinario para procurarle una muerte digna... Tuvimos suerte porque, aunque no abrían hasta las 11:30, el veterinario apareció ese día media hora antes. Estamos seguros de que nuestro desvío obedeció a la llamada mental de auxilio de aquel gato».
 
Un episodio misterioso confirmó este vínculo mental a Azize Guvenç, musicoterapeuta y experta en terapia asistida con caballos. «Un día estaba buscando en el Corán alguna referencia a las propiedades curativas de los animales o al uso lícito que deberíamos darles, pero no la encontraba y decidí dejarlo. La puerta estaba abierta y Mikisch, una gata muy arisca, entró en la habitación. Para mi sorpresa se sentó en mi regazo, algo que nunca antes había hecho, y me miró fijamente. Extrañada, le pregunté: ‘¿qué quieres de mí? ¿Quieres que lea el Corán para ti?’. Como la gata seguía mirándome lo interpreté como un ‘sí’ y abrí el libro al azar, justamente por la Sura 40,80, donde pude leer: ‘Dios os ha dado a los rebaños para que montéis en unos y comáis de otros’», nos explica Azize.
 
También Cleo, la gata de una niña de nueve años llamada Paula, captó la preocupación de su madre. «La niña tenía una tos persistente que se prolongaba más de la cuenta y pensé que podía ser alergia a los gatos, por lo que le pedí que no se acercara a Cleo», nos relata la madre de Paula. Pero ese día, al regresar de la escuela, Cleo no quería separarse de Paula y se acercaba mimosa a sus piernas, como si supiera que la niña podría rechazarla. Curiosamente, a partir de ese mismo día la tos de Paula se atenuó hasta desaparecer por completo.

El vínculo mental entre animales domésticos y sus amos se hace más patente cuando se ve interrumpido por la muerte o un accidente grave. Uno de los casos más estremecedores entre los más de cien casos que Sheldrake ha recopilado, es el de una terrier muy unida a un soldado de la Marina Real británica que fue destinado a las Malvinas. Los padres del militar supieron que había muerto antes de que se lo comunicaran, porque la perra se abalanzó hacia ellos temblando y gimiendo sin motivo aparente.
     
Los gatos también advierten que algo malo les ha pasado a sus amos. La mascota del matrimonio suizo Ritter, que quedó a cargo de una vecina mientras ellos se iban de vacaciones, reaccionó con un gemido estremecedor en el mismo momento en que su dueño moría de un infarto a miles de kilómetros de distancia. Entre los testimonios que Sheldrake ha reunido, también destacan los de algunas mujeres que afirmaron haber experimentado un intenso dolor físico en el momento en que sus mascotas fallecían.

Pero no hace falta salir de nuestras fronteras para hallar estos casos. En Fernán Núñez (Córdoba) existe un monumento a Moro, un perro vagabundo que se ganó a pulso la estatua tras asistir a unos 600 entierros. Según nos ha relatado Andrés Moreno, Presidente de la Asociación Cultural Los Caños y el vecino que guarda la memoria de Moro, «siempre sabía en qué casa iba a morir alguien, aguardaba en la puerta y luego asistía al sepelio». Incluso conocía de antemano cuando fallecía alguien fuera del pueblo.
     
En una ocasión, un vecino, que estaba esperando a un difunto que traían de Barcelona, vio aparecer a Moro en la carretera y diez minutos después llegó el cortejo fúnebre. «Había días en que Moro asistía hasta a tres entierros distintos. Y siempre conocía el orden en el que iban a producirse».

Nadie sabe de dónde salió este perro. Su primera aparición en el cementerio tuvo lugar el día en que enterraron al hijo de una vecina llamada Carmela, fallecido en un accidente. La gente quiso echar al animal, pero Carmela lo impidió. «¿No veis que ha venido al entierro?», les gritó. Desde entonces ella era la única que le daba algo de comer. No todo el mundo le quería. Muchos vecinos le consideraban «pájaro de mal agüero» y le metieron varias veces en furgonetas de feriantes para que se lo llevaran lejos del pueblo. Una vez acabó en Granada, y otra en Ciudad Real, pero inexplicablemente halló el camino y regresó a los siete días.
     
Estas hazañas de Moro nos llevan directamente a otra de las facultades más inexplicadas de los animales: su sentido de orientación y los viajes increíbles que realizan, cuando se pierden o cuando se ven separados de sus dueños, para encontrar el camino de regreso a casa a través de lugares que nunca antes habían transitado.
 
Los relatos de estos viajes son numerosos. En artículos anteriores ya hemos citado, entre otros muchos, el récord imbatido de Bobby, el collie que, tras perderse durante un viaje de mudanza, consiguió hallar la nueva casa de sus dueños en Oregón tras recorrer más de 3.500 km en tres meses.

Este tipo de periplos es frecuente y salta a la prensa de vez en cuando. En 1995 el diario Times recogía la historia de un perro pastor, abandonado por unos ladrones de coches, que se reunió con su amo tras cubrir casi 100 km hasta su casa. Es imposible explicar estas proezas por el olfato, pues los animales trazan rutas desconocidas para ellos. Tampoco pueden hacerlo por detalles que observen durante el viaje, ya que muchos viajaron dormidos, como Dandy, el gato de Leganés (Madrid), que se hizo célebre en 1995 cuando recorrió 400 km desde Madrid hasta la localidad cacereña donde había pasado el verano, y una vez allí se apareció en casa de la abuela de sus dueños.
 
Entre los casos que Sheldrake ha recogido está el de un rebaño de ovejas que huyó del cercado de un granjero para recorrer 13 km hasta sus pastos nativos. O el de dos patitos criados por unos niños en una granja de Minnesota que, al llegar el verano, fueron trasladados a un parque no urbanizado a unos 4 km de distancia, para que aprendieran a
vivir en libertad antes del invierno. En menos de un día, atravesaron solos el bosque y las calles de la ciudad para presentarse de nuevo en la granja, donde los niños les recibieron con los brazos abiertos.
 
El animal con más sentido de orientación que Sheldrake ha encontrado es Pepsi, una collie/terrier de Leicester, capaz de encontrar no sólo su casa, sino la de cualquier amigo o familiar de su dueño donde haya estado con anterioridad, aunque disten entre sí kilómetros y haya ido a ellas en coche. Pepsi fue sometida a un experimento, equipada con un GPS y controlada por satélite. Tras ser abandonada en un lugar desconocido para ella, caminó en dirección opuesta a la que habían seguido sus dueños en taxi. Luego invirtió al menos ocho minutos en ir y venir por las calles, como si estuviera determinando la dirección correcta. A continuación, se dirigió a la casa de una hermana de su amo, en la que no había estado desde hacía seis meses, pero que se encontraba sólo a 1 km y era la mejor opción.

Aún más sorprendente es cuando los animales hallan a sus dueños a grandes distancias, en casas o lugares donde nunca han estado, un fenómeno que el parapsicólogo J. B. Rhine denominó «rastreo psi». Entre los 54 casos que él reunió e investigó en 1962 destaca el de Tony, un perro de Illinois que fue abandonado por la familia que lo cuidaba cuando ésta se trasladó a otra localidad a más de 300 km de distancia. Seis semanas más tarde apareció en la nueva casa de sus dueños. Lo mismo sucedió con el gato Sugar, de California. Cuando su familia se trasladaba a Oklahoma él saltó del coche y desapareció. Pero un año después encontró a sus antiguos dueños en la nueva casa de Oklahoma, tras haber recorrido 1.600 km.
 
¿Cómo opera este sentido?

Es sabido que algunas especies salvajes como las palomas, golondrinas, el salmón o las tortugas tienen también la capacidad de hallar su lugar de procedencia desde muchos kilómetros de distancia. Se suele aceptar que se guían por los campos magnéticos terrestres o las posiciones solares y estelares. Pero Sheldrake objeta que esta teoría queda invalidada por experimentos en los que se han fijado imanes a las palomas para confundir su sentido magnético y aún así han hallado su casa con la misma facilidad.

El bioquímico británico propone otra explicación más novedosa. «Es posible que el animal sienta físicamente que un sitio conocido se halla en determinada dirección, incluso su cercanía o distancia, debido a una suerte de atracción direccional hacia su casa y un sentimiento de calor agradable al aproximarse a ella. Es una teoría que explicaría que algunos animales transportados en coches y vehículos cerrados, como los caballos, parecen saber cuándo se acercan a su hogar».

Reconfortan y curan
    
Los animales también demuestran sus facultades en la protección y cuidado de los seres humanos. En la actualidad se aprovechan estas cualidades para ayudar a personas mayores o niños autistas. En este último caso, los caballos y delfines se han revelado muy eficaces. El psicólogo y musicoterapeuta Oruç Guvenç tuvo ocasión de contemplar cómo, tras la terapia con delfines, una niña de 10 años desahuciada por los médicos «no sólo perdió el miedo al agua y se bañó con el cetáceo, sino que consiguió dormir por primera vez en su vida tranquilamente, balbucear algunos sonidos e incluso imitar voces».
 
Existen animales que pueden convertirse en excelentes ayudantes de los psicólogos, como Rodolfo, el loro de Isabel Salama. «Durante una época en que estuve tratando a personas con problemas de adicción, él me ayudaba a detectar si el paciente trataba de engañarme. Rodolfo se ponía entonces a chillar», relata a AÑO/CERO.
Ángel Maroto, entrenador de perros, también pudo comprobar la inteligencia y nobleza de su perra Mara, una mastín color canela adiestrada para descubrir víctimas de catástrofes naturales. Cuando la esposa de Ángel sufrió dos ataques seguidos de apoplejía, Mara se convirtió en un excelente guardián. «No dejaba a mi mujer ni un momento sola por si volvía a pasarle algo». Su afán por cuidar de sus dueños se reveló de forma sorprendente una noche en que Mara despertó a Ángel: «insistía tanto en sacarme de la cama que al fin la seguí y me llevó hasta la puerta de la calle para mostrarme que la había dejado abierta». El comportamiento de Mara no podía obedecer al adiestramiento, pues nadie le había enseñado a cuidar la puerta, ni al instinto, pues ¿por qué habría de preocuparse cuando su amo dormía tranquilamente?
Hay numerosos casos que demuestran que la conducta animal va más allá del instinto. Por ejemplo, cuando tratan de salvar a los posibles supervivientes de una catástrofe que están sepultados, muestran un afán excesivo por ayudar y, cuando no consiguen encontrar a las víctimas, se deprimen. Además, cuando la persona que hallan está viva se ponen muy alegres, pero cuando es un cadáver sus ladridos y movimientos son tristes. Quizá si la etología actual tuviera más en cuenta la abundante casuística que el extraordinario comportamiento animal aporta, los científicos y la sociedad entera comenzarían a preocuparse por entender mejor la extraordinaria mente de nuestros incomprendidos compañeros de viaje y por tratarlos como ellos se merecen.

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