miércoles, 16 de enero de 2013

La Observación según Hanson



La ciencia, glorioso logro del hombre moderno, se situa entre la matemática pura y la experiencia sensorial bruta. Esta posición genera tal tensión conceptual que no es raro que los filósofos estén perplejos.

La ciencia natural se interesa por los hechos de este mundo. Los resultados de tal interés se articulan en enunciados factuales. Ninguna colección de enunciados “no factuales” puede constituir una ciencia natural. Se precisa de la experiencia observacional para separar aquellos enunciados factuales que «se cumplen» de los que “no se cumplen”. «El observador» no es más que un detector animado; despersonalizado, no es sino un retículo de receptores de señales integrado con una eficacia y fiabilidad mecánicas considerables.

En esta medida y por este motivo, cualquier persona normal podría hacer observaciones científicamente valiosas. Los receptores de señales ópticas, no importa lo sensibles y exactos que sean, no pueden proporcionar todo lo que se necesita para observar por ejemplo, la resistencia eléctrica. Se presupone también un conocimiento; la observación científica es, por tanto, una actividad «cargada de teoría».

Ni los computadores fotosensibles sin cerebro, ni los niños, ni los elefantes, hacen observaciones científicas, por muy notables que sean su recepción de señales y su memoria.

Ser capaz de dar sentido a los sensores exige conocimiento y teoría, no sólo más señales sensoriales. Este reconocimiento de un fuerte elemento teórico dentro de la observación científica conduce algunas veces a los filósofos a dar a entender que las señales provenientes de la materia de que se trata son menos importantes de lo que realmente son.

El teórico presiona al observador con preguntas como «¿en qué medida las desviaciones del ‘caso ideal’ son atribuidas simplemente a la tosquedad del aparato experimental?», «¿hasta qué punto son fundamentales para nuestra comprensión de los fenómenos las desviaciones, amplitudes de error, fricciones, dislocaciones, deformaciones, etc. detectadas, cosas todas ellas inseparables de los instrumentos y técnicas de medición?».

En este caso, es como si la «forma conceptual» de nuestras propias teorías, de nuestra postura y estatura de las presuposiciones, determinasen dónde han de «limpiarse» las observaciones; dónde deben realinearse y reprocesarse de modo efectivo para ser insertadas en el marco teórico de una ciencia, su estructura para la inteligibilidad. Sin duda es muy importante reconocer este rasgo central de la observación científica.

La comprensión de los fenómenos se ve a menudo precedida por estudios sobre fluidos ideales, superficies sin fricción, palancas estrictamente rígidas, cuerpos perfectamente elásticos, envergaduras infinitas, traslaciones unidimensionales, partículas puntuales y, en general, «casos puros». Así, el ‘trabajo’ de laboratorio debe estorbar tan poco como sea posible a la principal función de la empresa científica, a saber, la consecución de comprensión teórica, de conocimiento.

Periódicamente, sin embargo, los teóricos quedan atrapados en una actitud de «tanto-peor-para-los-hechos». Históricamente, tal confianza parece casi comprensible, sobre todo después de los descubrimientos exigidos por la teoría, como los del antiprotón, el antineutrón, el neutrino, el positrón de Anderson… Pero aun así, el «punto medio» filosófico debe ser siempre el que reconozca que las observaciones significativas de una ciencia son aquéllas que cumplen los criterios de relevancia incorporados a la teoría vigente y, al mismo tiempo, son capaces de modificar esa teoría mediante el riguroso e inquebrantable reconocimiento de «lo que es el caso», de los hechos.

Lo que veo es lo que creo

La ciencia no fabrica los hechos, por mucho que pueda darles forma, color y orden. Pensemos en Johannes Kepler: imaginémosle en una colina mirando el amanecer. Con él está Tycho Brahe. Kepler considera que el Sol está fijo; es la Tierra la que se mueve. Pero Tycho, siguiendo a Ptolomeo y a Aristóteles, al menos en esto, sostiene que la Tierra está fija y que los demás cuerpos celestes se mueven alrededor de ella. ¿Ven Kepler y Tycho la misma cosa en el Este, al amanecer?.

En las retinas de Kepler y de Tycho se forman las mismas configuraciones. Así pues, ellos ven la misma cosa. Sin embargo la visión es una experiencia. Una reacción de la retina es solamente un estado físico, una excitación fotoquímica. Existe una gran diferencia entre un estado físico y una experiencia visual. Las disparidades entre sus descripciones aparecerán en interpretaciones ex post facto de lo que se ve, no en los datos visuales básicos.

Si se sostiene esto, aparecerán pronto dificultades adicionales. ¿Cómo llegan a organizarse las experiencias visuales? ¿Cómo es posible la visión?. El contexto nos da la clave. No se necesita, sin embargo, que dicho contexto sea establecido explícitamente. A menudo es «inherente» al pensar, el imaginar y el figurar. El físico ve un tubo de rayos-X, el niño una lámpara complicada. Tycho y Simplicio ven un Sol que se mueve; Kepler y Galileo ven un Sol estático.

El examen de cómo diferentes observadores ven cosas diferentes en x pone de relieve algunas cosas de interés en cuanto al ver la misma cosa cuando miran a x. Si ver cosas diferentes implica la posesión de conocimientos y teorías diferentes acerca de x, entonces, cuando ven la misma cosa debe tomarse, quizás, como que los diferentes observadores comparten conocimientos y teorías acerca de x.

Kepler y Tycho compartían los elementos de sus experiencias; pero su organización intelectual es muy diferente. ¿Pueden tener sus campos visuales una organización diferente? Es precisamente el sentido en el que Tycho y Kepler no observan la misma cosa el que debe tenerse en cuenta cuando se trata de entender los desacuerdos que existen dentro de la microfísica.

La física fundamental es, primordialmente, una búsqueda de inteligibilidad; es una filosofía de la materia. Solamente de manera secundaria es una búsqueda de objetos y hechos (aunque los dos cometidos son uña y carne). En cierto sentido, entonces, la visión es una acción que lleva una «carga teórica».

Ver cómo, ver qué

La observación de x está moldeada por un conocimiento previo de x. El lenguaje o las notaciones usados para expresar lo que conocemos, y sin los cuales habría muy poco que pudiera reconocerse como conocimiento, ejercen también influencia sobre las observaciones. Para Tycho y para Simplicio ver el amanecer era ver que el brillante satélite de la Tierra estaba comenzando su circuito diurno alrededor de nosotros, mientras que para Kepler y para Galileo ver el amanecer era ver que la Tierra, en su giro, les volvía a poner bajo la luz de nuestra estrella vecina.

Examinemos «ver que» en esos ejemplos. Puede que sea el elemento lógico que conecta el hecho de observar con nuestro conocimiento y con nuestro lenguaje. «Ver como» y «ver que» no son componentes de la visión en la misma medida en que las barras y los cojinetes son parte de los motores; la visión no es compuesta.

Con todo se pueden plantear cuestiones lógicas. «Ver como» y «ver que», por tanto, no son componentes psicológicos de la visión. Son elementos lógicamente distinguibles del lenguaje sobre la visión, según el concepto que nosotros tenemos de ésta. Ver un pájaro en el cielo implica ver que no caerá en barrena repentinamente; y esto es más de lo que aprecia la retina. Podríamos estar equivocados. Pero ver un pájaro, incluso momentáneamente, es verlo en todos estos aspectos. Como diría Wisdom, cada percepción implica una etiología y una prognosis.

«Ver que» inserta conocimiento dentro de nuestra visión; nos libra de reidentificar cada cosa que encuentran nuestros ojos; permite al físico observar los nuevos datos como físico y no como una cámara fotográfica. Como quiera que se interprete, la interpretación está allí, en la visión. Nos atreveríamos a decir que la interpretación es la visión.

Estas características lógicas del concepto de visión son inextricables e indispensables para la observación en la investigación física. ¿Por qué indispensable? Una cosa es que los hombres vean de una forma que permita el análisis de los factores en «ver como» y «ver que»; indispensable, sin embargo, sugiere que el mundo debe ser visto así. Esta es una afirmación más fuerte y requiere una argumentación igualmente fuerte.

Nuestra conciencia visual es dominada por imágenes; el conocimiento científico, sin embargo, es primordialmente lingüístico. La visión es, casi diría, una amalgama de imágenes y lenguaje. Al menos el concepto de visión abarca los conceptos de sensación visual y conocimiento. La fundamentación del lenguaje de la física, la parte más próxima a la mera sensación, es una serie de enunciados. Los enunciados son verdaderos o falsos. Las imágenes no tienen ningún parecido con los enunciados: no son ni verdaderas ni falsas. El conocimiento del mundo no es un montaje de piedras, palos, manchas de color y ruidos, sino un sistema de proposiciones.

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