domingo, 20 de enero de 2013

relaciones de pareja segun Freud



Él ya había iniciado este trabajo de   esclarecer la vida amorosa de los sujetos. De eso tenemos constancia por sus trabajos –cuatro, a los que les he dedicado algunos posts- que fueron escritos antes, pero que fueron reunidos en sus escritos breves por Freud mismo, bajo el título “Contribuciones a la psicología del amor”.

Me referiré hoy a Freud y a su noción de enamoramiento que tenemos como referencia clásica en uno de sus textos posteriores al giro de los ‘20, Psicología de las Masas y análisis del Yo, precisamente en el año 1921.
Comienza dando una idea de que el lenguaje, como en todos los casos, intenta darle un nombre a las relaciones de afecto que ocurren entre las personas; a los muy diversos tipos de vínculos afectivos que existen entre los seres humanos. El lenguaje llama “amor” a estas relaciones, pero Freud dice que existen varias escalas dentro de este mismo término.

Así, comienza con aquella variedad del amor que implica investir a un objeto sexual con el objetivo de satisfacerse sexualmente. Aquí está en juego la corriente sensual o amorosa de la que Freud ya nos había hablado en su teoría del desarrollo sexual.Pero, es evidente que cuando esas pulsiones sexuales se dirigen a satisfacerse sexualmente a partir de esa investidura de objeto, en tanto “necesidad”, una vez satisfecha esa necesidad, necesita nuevamente hacer ese rodeo por el objeto, aún sin necesitar “amar”.
Nos recuerda Freud su teoría de la libido: el niño, en la primera infancia inviste a sus objetos con esta corriente sensual que la represión luego sepulta, quedando presente como relación con los padres, una relación basada en la corriente tierna, que es la que perdura.

En la pubertad reaparecen esas mociones sexuales con intensidad, pero orientadas ahora sí a metas sexuales, y se dirigen a objetos que reemplazan de alguna manera, sustituyen a esos primeros objetos de amor.

Dice Freud que a veces sucede que las corrientes tierna y amorosa o erótica han quedado muy separadas (luego de haber operado la represión) y aparecen estos fenómenos de enaltecimiento, de veneración del objeto de amor. El amor cortés del que la literatura nos ofrece múltiples ejemplos. El hombre prendado a un objeto intocable, con el que no mantiene relaciones sexuales efectivas, digamos que no lo excita; y a la vez es muy potente sexualmente con otras mujeres a las que no ama, e incluso desprecia.

Pero, según Freud, la normalidad estaría dada por la capacidad del hombre de sintetizar ambas corrientes, amorosas y sensuales, hacia la amada.

Y dice algo así como que a mayor amor tierno hacia el objeto, más se opone al deseo sexual.

En este tipo de enamoramiento es donde vemos esa sobreestimación del objeto de amor, que carece de defectos, que es superior a cualquier otra persona. Y Freud dice que esto tiene que ver con la Idealización.

Es que, dice Freud, en el enamoramiento influye la idealización, un proceso por el cual, valga la redundancia, idealizamos al objeto. Y es así que éste aparece sobreestimado, sobrevalorado.
La idealización..................
 Siguiendo con esta teoría del amor en Freud, diremos que esa “tendencia a la idealización” afecta al juicio, dice Freud; es decir, al yo. Y eso mismo es lo que nos va a orientar.

En principio, tenemos el amor narcisista. Ocurre que en este fenómeno, en el enamoramiento, el yo le cede a su objeto su libido narcisista; ama al objeto como ama a su yo, dice Freud. Hasta llega a ser lo que suplanta ideales que el mismo yo no ha logrado alcanzar. Y que lo alcanza en estas vueltas que da por el objeto.

El tema es que cuando esta sobreestimación se vuelve más intensa, existe un proceso por el cual el yo va perdiendo toda su libido y el objeto se hace más grande, más importante, y el Yo queda empobrecido, desvalorizado, desapareciendo las exigencias sexuales. El yo está, en estos estados de enamoramiento, devorado por el objeto de amor.

Muchos casos existen del extremo de este cuadro, donde el yo se desvaloriza, se humilla casi voluntariamente, está totalmente absorbido por el objeto de amor.

Algo que suele observarse generalmente en aquellos amores que no son correspondidos. Porque, dice Freud, que en los amores recíprocos, luego de cada “acto sexual”, disminuye esa sobrevaloración del objeto…

Pero en aquellos amores desdichados, enceguecidos, en un intenso aminoramiento de su narcisismo, totalmente prendado de ese objeto, a la vez que el yo se abandona al objeto, el Ideal del yo, esa instancia crítica del aparato psíquico, cede en sus funciones, y todo lo que hace el objeto está bien, nada puede serle reprochado.
Es así que esa instancia crítica pasa a ser ocupada por el objeto de amor mismo. A tal punto que Freud nos reduce esta cuestión en una fórmula: “el objeto ha ocupado el lugar del Ideal del Yo”.

Y aquí hace una digresión respecto de la diferencia que existe entre la identificación y el enamoramiento tal como aquí lo describe.

Primero se refiere a Ferenczi y su concepto de “introyección”, a partir del cual dirá que en la identificación es el yo el que incorpora al objeto, tiñéndose así de sus rasgos y propiedades. Mientras que en el enamoramiento es el objeto el que se devora, el que se incorpora al yo, quedando un yo totalmente pobre, empobrecido, vacío.
Pero Freud dice aquí que no se trata tanto de cuestiones de empobrecimiento o enriquecimiento, de cuestiones “económicas”, sino más bien él propone una lectura más “esencial” de este fenómeno.

Que – sintetizando- en la identificación el objeto se abandona para ser luego reconstruido en el yo, quien queda modificado entonces, por los rasgos del objeto incorporado.
En el caso del enamoramiento, el objeto no desaparece, permanece. Y el yo lo dota de todas las magníficas cualidades.

De todos modos Freud no cierra la discusión en torno al tema y se pregunta si no puede ocurrir que el yo se identifique y el objeto se conserve…

Bien, esto es algo que suele suceder en la obra de Freud, él iba cuestionando sus propias teorizaciones, suponiendo a veces una figura tercera que hiciera de “juez imparcial” cuando él iba planteando sus descubrimientos clínicos y teorizando respecto de ellos.

Sexualidad y Cultura


Es muy interesante cómo Freud aborda este tema en su texto de 1910,
Freud considera que lo que atañe a las pulsiones y sus objetos, es algo que vale tanto para los hombres como para los pueblos.

Nos dice que si antes, en la sociedad pagana hubo una desvalorización del amor y la vida, en una época en la cual la satisfacción amorosa no oponía dificultades, hizo su aparición la religión, a modo de formación reactiva, para que se restablezcan de alguna manera esos lazos afectivos indispensables para la humanidad.

Es así también que la vida de los monjes era prácticamente una lucha contra sus tentaciones libidinales. Casi se dedicaban con exclusividad a evitar ser tentados. Y si caían en determinadas prácticas, recurrían a castigos como la autoflagelación.


Es aquí que plantea que las pulsiones adquieren más “significatividad” cuando son frustradas. Asimismo, se pregunta si es también verdad que la pulsión pierde valor cuando se termina satisfaciendo…

Nos lleva al ejemplo del vino, más bien de la relación del bebdor con el vino. ¿Acaso no se compara el buen vino con el buen sexo? ¿Se conocen casos en que por tomar un mismo vino, le termine resultando sin sabor al bebedor?

Pues no, al contrario –nos dice Freud. Más bien, entre el bebedor y el vino existe un feliz matrimonio…

Así nos lleva al campo de la pareja y el amor, preguntándose por qué es tan variada la relación que tiene el que ama -el amante- con su objeto de amor.

Y dice que a esta altura ya tenemos que sostener que la pulsión sexual nunca se satisface plenamente.

Nos recuerda que en principio, sabemos que el objeto de elección sexual nunca es aquel primero al que las pulsiones se dirigieron. Y esto porque ha operado la represión. Así, ese objeto al que las pulsiones se dirigen en la vida adulta, dice Freud, son solo sustitutos del primero, reprimido. Es entonces que ninguno será del todo satisfactorio. Y tal vez con esto se explique esa imposibilidad de que un mismo objeto sexual se sostenga permanentemente a lo largo de la vida, y se dirija indefinidamente a objetos subrogados de aquel primitivo.

En segundo término, nos recuerda el carácter disgregado de la pulsión sexual antes de haber sucumbido a la represión. Dice que otras pulsiones, como la croprofílica y las sádicas, si bien han sido sofocadas por la estética cultural, los procesos que generan excitación no han variado, más allá de la cultura.

Sostiene con esto que tanto lo excrementicio como lo sexual son inseparables (que tampoco los órganos genitales corresponden a lo estéticamente aceptado en la cultura, conservando toda su “animalidad”)

Dice Freid que la cultura tiende, sin dudas, a aminorar las pulsiones sexuales, viviéndose entonces en una insatisfacción constante.

Así, concluye que la insatisfacción que hallamos en la cultura es un efecto de las peculiares características que han adquirido esas pulsiones sofocadas por la cultura.

Y que esa imposibilidad de la pulsión de ser satisfecha plenamente, es la fuente de las más exitosas muestras culturales. Dice Freud que si no existiera tal insatisfacción pulsional, no habría necesidad progreso.

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