La cultura es el producto del accionar humano, y de su poder creativo y transformador. El hombre crea permanentemente cultura a través de su trabajo, de sus estudios, de su arte y de su ciencia, y las va transmitiendo a través de las generaciones, siendo cada comunidad dueña de una cultura particular, que le da su propia idiosincrasia. Ese conjunto de saberes, producciones y valores, que cada sociedad ha atesorado para que se conserve a los largo de los tiempos, es la cultura que el maestro debe ayudar a sus alumnos a descubrir, y valorar críticamente.
No se trata de adoctrinar, sino de reflexionar sobre nuestros productos culturales y los ajenos, compararlos, y si es posible, mejorarlos. Un maestro que impone contenidos y valores, sin permitir cuestionamientos, estanca la cultura, la cristaliza, y convierte a las nuevas generaciones en esclavos de ideas y pensamientos. Se debe educar para la libertad, para aceptar los valores que se consideran positivos por elección y no por temor al castigo; y si se cuestionan válidamente, saber escuchar, pues tal vez ha llegado la hora del cambio, siempre que los argumentos sean sólidos y legítimos.
El maestro enseña, pero a la vez debe saber escuchar, cada alumno es un ser pensante, que no modelaremos a nuestro capricho, sino que solo orientaremos; poniéndole límites solamente cuando sus conductas afecten a terceros, o a valores universales, como por ejemplo el de la vida.
Recordemos que la cultura avanza y cambia, que los valores pueden cuestionarse y variar su posición en la escala; que el relativismo cultural implica la aceptación de disensos, y que es bueno que los alumnos aprendan a respetar lo diferente; lo que sólo harán si previamente, ellos son respetados.
Los contenidos del proceso de enseñanza aprendizaje son divididos en conceptuales, procedimentales y actitudinales; y son estos los que el docente debe poseer en sentido positivo para poseer enseñar, guiando a sus alumnos a adquirirlos. Si el docente no conoce la materia (contenidos conceptuales) no aporta técnicas para su apropiación (contenidos procedimentales) y no demuestra predisposición para que en el aula reine la armonía, la comprensión, la motivación y la solidaridad (contenidos actitudinales) no se llegará a un resultado satisfactorio y esperado (expectativas de logro).
El docente con su presencia y manera de actuar debe transmitir confianza, pero a la vez autoridad. Confianza para que el educando pueda preguntar lo que no se comprende, para aportar y participar en la clase, para comunicar sus angustias y problemas; pero a la vez autoridad, para poner límites cuando corresponda.
El docente debe esforzarse en ser puntual, prolijo, corregir a tiempo, cumplir con lo que prometió (si pidió una tarea para un día determinado, no olvidarse de reclamarla; si se fijó cierto día para un examen, evaluar en la fecha designada). Eso lo hará creíble y digno de respeto.
Debe siempre estar dispuesto a escuchar y tratar de comprender, sin generar injusticias, pues si siempre disculpa a los que no cumplen sus obligaciones, el resto de la clase que hizo lo asignado se sentirá frustrado. Una buena técnica podría ser, responder: “está bien, trae tu tarea para la clase próxima pero tendrás un punto menos en tu calificación” siempre que el motivo no sea debidamente justificado (enfermedad certificada, deceso de un familiar, etcétera).
El docente debe motivar sin imponer; tratar de despertar el interés por conocer, por descubrir a través del análisis y la investigación, exponiendo la finalidad de cada tarea; pero para ello el propio docente debe estar motivado para enseñar. Si los alumnos lo notan desganado, sentado en su escritorio, esperando que pase la hora de clase; esa será también la conducta de ellos, por imitación, pues las ganas se transmiten y el desgano también.
Nunca debe olvidar el docente que de él depende en gran medida, la formación integral de una persona, y que cada gesto, palabra y decisión, contribuirá a desarrollar su carácter y personalidad.
Es fundamental que en el docente se privilegien los valores éticos, pues debe educar con el ejemplo, y los alumnos no aprenderán de sus dichos sino de sus acciones.
Toda profesión debe regirse por un código de ética, que a veces está escrito y otras, sobreentendido, pero en la función docente que es formadora de futuras generaciones la ética cobra especial relevancia, y si advertimos actitudes reñidas con la ética en las actitudes o las enseñanzas, debemos, como padres, acercarnos al establecimiento escolar y pedir explicaciones; y en caso de no ser escuchados, recurrir a los directivos y, en su caso, al resto de los superiores jerárquicos.
El maestro es un ser humano, y como tal, hay buenos y malos; pero no se puede permitir que quien no tenga incorporada la ética en su conducta individual y social, esté al frente de un curso, destinado a la formación integral de nuestros niños.
Pueden considerarse conductas poco éticas: insultar o maltratar a los niños, denigrarlos, aplicarles castigos innecesarios, predicar ideas reñidas con la moral o la ley, ausentarse de la clase sin motivo, presentarse desalineado, no escuchar los reclamos de los niños, discriminarlos, no respetar las diferencias personales, etcétera.
No debemos temer en presentarnos al establecimiento a hablar con el maestro, pues los padres pueden tener conocimientos tergiversados sobre las actitudes del docente, ya que no están presentes en la clase, y los dichos de los niños pueden ser erróneos, o cambiar ciertas circunstancias para evitar retos familiares o quitarse culpas. Sin embargo, siempre debe escucharse a los niños y dialogar con los docentes y directivos a fin de aclarar los hechos que motivaron la queja del niño (“la maestra me insultó” “me trató de tonto”, “me comparó con otro niño” etcétera).
Si solo se trató de un error el niño, se habrá sentido escuchado y el maestro con derecho a rectificarse o argumentar su actitud; si el hecho resulta comprobado, y hay persistencia en la conducta; se debe preservar ante todo la salud física y espiritual del niño, y accionar reglamentariamente contra el docente.
El aprendizaje apreciativo tiene una gran relación con lo valores y los contenidos actitudinales. Se trata de formar en los estudiantes la capacidad de reconocer y elegir lo que resulta positivo para sus vidas, despertando en ellos sentimientos de admiración, respeto, enojo, alegría, rebeldía, etcétera.
Maravillarse ante una obra de arte o ante la obra de la naturaleza, sentir el placer de una lectura, conmoverse u horrorizarse con ciertos hechos históricos, y admirar otros, etcétera, es aprender con el alma, además de con la mente, lo que construirá a lograr aprendizajes más duraderos, sólidos e integrales, contribuyendo a formar personas plenas, capaces de manejar sus vidas con libertad pero también con responsabilidad y buen criterio.
Se trata de educar y no de adoctrinar, de que sientan rechazo hacia valores negativos, no porque se lo dijimos y los castigamos si opinan lo contrario, sino porque eligieron oponerse a ellos luego de conocerlos y comprender su negatividad; y de que al contrario lo positivo sea parte de sus vidas por su propia elección, porque les mostramos su belleza, su finalidad moral, su importancia práctica, residiendo allí nuestra función docente, en guiarlos en la búsqueda de una escala valorativa que los realice en su dignidad humana.
Para elegir libremente y apreciar lo que descubren, debemos abrir las puertas al conocimiento. Se opta por algo cuando se lo indaga, se lo goza y se lo incorpora como propio porque hace bien. Ya ha quedado atrás, o al menos debiera ser así, que nuestros jóvenes repitan o incorporen sin vivenciar, los resultados de nuestra cultura.
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