Cada vez se diagnostican más enfermedades psiquiátricas, y cada vez parece que estemos más locos. Por ejemplo, en la primera edición del Diagnostics and Statistica Manual (DSM), del año 1952, editado por la American Psychiatric Association, se listaba 100 categorías de enfermedad mental.
En el año 2000, se listaban 300.
En la nueva edición del año 2012, probablemente se incluyan nuevas discapacidades para los trastornos del comportamiento sexual, y la adicción a los videojuegos.
El National Institute of Mental Health (NIMH) informa que más de una cuarta parte de los adultos padecen un trastorno mental diagnosticable en algún momento determinado de su vida.
Las investigaciones aparecidas en la publicación Archives of General Psychiatry señalan que aproximadamente la mitad de todos los americanos sufrirán una enfermedad mental durante sus vidas.Gary Marcus explica razona en su libro Kluge que, sencillamente, nuestro cerebro funciona de una forma mucho más chapucera de lo que creíamos.
Estos datos tienen, naturalmente, dos lecturas. La primera, que cada vez estamos peor de la mollera.La segunda, que cada vez disponemos de mejores herramientas de diagnóstico psiquiátrico (aunque aquí hay que hay añadir una sublectura: que tal vez estamos exagerando un poco y empezando a categorizar como enfermedad mental lo que en realidad no lo es).
Abunda en ello Thomas Armstrong, autor del libro El poder de la neurodiversidad:
¿Cómo hemos llegado a esto? Ciertamente, una razón tiene que ver con el tremendo salto en el conocimiento sobre el cerebro humano que ha tenido lugar en las últimas décadas. Cada año surgen cientos, si no miles, de estudios que nos ofrecen cada vez más información acerca de cómo opera el cerebro humano. Esta información revoluciona nuestra comprensión de nuestro funcionamiento mental, y eso es algo bueno. Pero también es responsable de que nos hayamos convertido en una cultura de la discapacidad. (…) La financiación para la investigación cerebral se destina a la rueda que chirría, es decir, hay muchos estudios consagrados a estudiar lo que anda mal en el hemisferio izquierdo de los cerebros disléxicos, sin embargo, se lleva a cabo muy poca investigación centrada en el área del hemisferio derecho, que procesa las asociaciones libres de palabras y que podría ser la fuente de la inspiración poética.
Esta tendencia queda experimentalmente reflejada en un estudio de 1968 publicado en la revistaScience, en el que un grupo de personas se hicieron pasar por locas, aunque sus síntomas no se correspondían con ninguna enfermedad mental específica. Sin embargo, fueron internados en distintos centros psiquiátricos.¿Cómo saber si estás loco?
Una vez leí una pregunta más o menos infalible para determinar si una persona está loca. La pregunta era más o menos así: Marco Polo realizó tres viajes en barco y, en uno de los tres, murió. ¿En cuál de ellos?
Lejos de pruebas un tanto romas para localizar algún problema mental (o una falta de concentración descomunal), lo cierto es que la definición de locura está en continuo debate entre los psiquiatras.
Por ejemplo, hasta 1974 la homosexualidad era considerada un trastorno mental. Después de ese año, tras superar la votación de los especialistas americanos, miles de personas dejaron de ser diagnosticados como enfermos de la noche a la mañana.
Aunque las imágenes con resonancia magnética, la genética y la biología molecular ayudan a los psiquiatras a detectar alteraciones en la forma y en la función del cerebro a fin de afinar al máximo su diagnóstico, los diagnósticos difícilmente son concluyentes pues se elaboran partiendo de determinadas agrupaciones de síntomas.
De esta manera, la línea entre salud y enfermedad sigue siendo difusa. Algo, por cierto, que interesa a la industria farmacéutica a fin de poder vender más pastillas para enfermedades que quizá no son tales. Por ejemplo ¿cuándo un niño es hiperactivo y, en consecuencia, debe medicarse? ¿Y si en muchos casos se trata de una actividad motriz excesiva que puede calmarse con una buena dosis de deporte? ¿La timidez es un rasgo del carácter o una patología social?
En 1968 se realizó un curioso experimento sobre la locura que fue publicado por en la revista Science.
David Rosenhan, de la Universidad de Stanford, en California, junto a 12 colegas suyos, se disfrazaron de vagabundos y se presentaron en distintos centros psiquiátricos. Todos ellos contaron una historia similar: que oían voces “roncas”, “huecas” y “vacías” que no entendían en absoluto.
Estos signos no se corresponden con los síntomas de ninguna enfermedad mental. No obstante, los mendigos de mentira fueron internados, y en unas semanas les dieron el alta, a la mayoría con el diagnóstico de “esquizofrenia en remisión”.
Pero hay algo más. ¿Recordáis la película de Jack Nicholson El nido del cuco, basada en una novela de Ken Kesey del mismo título? Pues pasó algo parecido. Los falsos pacientes fueron atiborrados a pastillas durante esas semanas de internamiento. En total: 2.100 comprimidos de los preparados más diversos.
Con todo, lo más esclarecedor fue la segunda parte del experimento. Enviaron a 193 enfermos mentales auténticos. El 10 % fue expulsado del centro bajo el pretexto de que estaban más sanos que una manzana.
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