viernes, 7 de septiembre de 2012

Anestesia...historia


 
La introducción de la anestesia: Aunque la cirugía se practicaba desde la más remota antigüedad, la habilidad del cirujano tenía hasta hace relativamente poco tiempo dos importantes limitaciones. 
 La primera era la intensidad y la duración del dolor que un paciente podía soportar. La segunda era el elevado índice de mortalidad a causa de las infecciones postoperatorias. El primer obstáculo fue superado hacia 1840 con la aplicación del éter como agente anestésico. El segundo cedió a mediados de los años 30 gracias a la utilización de las sulfamidas y, más adelante, de la penicilina y otros antibióticos. 
 
En el campo de la anestesia, se reconoce generalmente que la introducción de los anestésicos intravenosos ha sido el mayor acontecimiento desde la anestesia por inhalación, que se había adoptado casi un siglo antes. Aparte de sumir al paciente en la inconsciencia de forma casi inmediata, los nuevos anestésicos tenían ventajas evidentes en las operaciones de cabeza y cuello. Como otras muchas técnicas, su aparición no fue repentina sino que constituyó la culminación de experimentos anteriores.
 
Cuando en 1902 se introdujo el barbital (veronal), se investigó la posibilidad de su administración intravenosa, pero hubo que esperar hasta 1932 para que Helmuth Weese, en Alemania, encontrara un fármaco satisfactorio en este sentido, el evipán, seguido dos años más tarde por el pentotal. Hacia su el final de la década, millones de personas habían sido sometidas con todo éxito a intervenciones quirúrgicas se bajo los efectos del evipán. La sustancia demostró ser la inocua, pero adecuada solamente para operaciones breves. Más adelante, pasó a utilizarse como preparación para la anestesia profunda, necesaria en las operaciones de cirugía mayor.
 
Durante este siglo, el papel del anestesista ha cambiado radicalmente. En 1900, su trabajo consistía simplemente en dejar caer gotas de cloroformo o éter sobre una almohadilla absorbente colocada sobre el rostro del paciente. A fines del siglo XX, el anestesista se ha convertido en un miembro altamente especializado del si equipo quirúrgico, que controla el ritmo cardiaco y la presión sanguínea del paciente y le administra oxigeno y dióxido de carbono según lo exigen las circunstancias. Los adelantos en la técnica de la anestesia hicieron posibles técnicas quirúrgicas más avanzadas. Así si por ejemplo, en 1936, en el Hospital General de Massachusetts, en Boston, se intentó por primera vez la cirugía a corazón abierto, con la función cardiaca asumida temporalmente por una bomba combinada con un oxigenador. Este aparato fue el prototipo del corazón-pulmón artificial, aparecido en 1953, que revolucionaría la cirugía cardiaca.
 
Otra importante técnica nueva fue la anestesia epidural. En 1899 se utilizó la cocaína con este fin, pero su aplicación resultó ser arriesgada. La aparición del producto sintético procaína, en 1904, aumentó la seguridad del procedimiento que, en consecuencia, se difundió un poco más. El principal riesgo en aquella época no era la sustancia utilizada, sino la aguja, que podía romperse. Sólo a mediados de siglo fue posible fabricar una aguja segura, pero para entonces se utilizaban ya el curare y otros relajantes administrados por inyección intravenosa.
 

La introducción de la procaína pone de manifiesto la creciente importancia del químico en la elaboración de nuevos y mejores agentes anestésicos de todo tipo. Por ejemplo, el ciclopropano fue introducido en 1934 como anestésico inhalable, clase que se vio ampliada demás con el halotano, un anestésico volátil con contenido de flúor que comenzó a utilizarse poco después de la Segunda Guerra Mundial. Actualmente, el uso del halotano está muy difundido porque su acción es rápida y no provoca escasos efectos secundarios.
 
En general, la anestesia es probablemente el adelanto más importante en el campo de la cirugía. Ha hecho posibles operaciones de gran complejidad y larga duración, como la cirugía a corazón abierto o los trasplantes de órganos, en las que el equipo quirúrgico debe trabajar en ocasiones durante varias horas seguidas. Otra de sus ventajas es el alivio que puede ofrecer a los dolores del parto. Para este fin, el cloroformo dista mucho de ser la sustancia ideal. En 1935, la utilización del tricloretileno, semejante químicamente, constituyó un gran adelanto pues puede aliviar el dolor sin provocar la pérdida total de la conciencia.
 
LA HISTORIA DE: Gilbert Abbott

En el siglo XIX se estableció la nueva medicina científica. Decisivo para el surgimiento de la cirugía moderna fue el desarrollo de agentes anestésicos que bloquearan eL dolor de los pacientes y permitieran a los cirujanos terminar sus operaciones sin los apuros que caracterizaban las antiguas intervenciones. Este documento es la narración de un testigo ocular del primer uso afortunado de la anestesia con éter, ocurrido en el Hospital General de Massachusetts en 1846.



La Primera demostración pública de la anestesia con éter, 16 de octubre de 1846
Llegó el día, la hora convenida fue anotada en el registro, mientras el paciente era llevado a la sala de operaciones. El doctor Warren y el cuerpo de los más eminentes cirujanos del estado se congregaron alrededor del enfermo. "Todo listo. La quietud, opresiva".

Se había anunciado "que se iba a realizar una prueba de cierto preparado al que se le había hecho la asombrosa atribución de que liberaría del dolor a la persona operada". Éstas son las palabras del doctor Warren que rompieron la calma.
 
Los presentes permanecían incrédulos y, como el doctor Morton no había llegado a la hora fijada y ya habían pasado quince minutos, el doctor Warren dijo, con cierta intención: "Supongo que está ocupado en otra parte". Lo cual fue seguido de una "risa burlona".

Warren tomó el bisturí y se disponía a proceder con la operación. En ese momento, el doctor Morton entró por una puerta lateral; el doctor Warren se volvió hacia él y con voz firme le dijo: "Bien, señor, su paciente está preparado".

En unos minutos estaba dispuesto para la intervención quirúrgica.

Morton fue entonces el que dijo: "Su paciente está preparado, señor".

Aquí se presentó la más sublime escena nunca antes presenciada en una sala de operaciones, cuando el paciente se situ voluntariamente en la mesa, la cual se convertiría en el altar de futura fama. No es que lo hiciera con el propósito de que la ciencia médica progresara, ni por el bien del prójimo, pues el acto mismo era puramente personal y egoísta. Estaba a punto de ayuda a resolver un nuevo e importante problema de la terapéutica, cuyos beneficios iban a darse a todo el mundo civilizado, todavía completamente inconsciente de lo sublime de la ocasión o del arte estaba recibiendo.

Éste fue un momento supremo para un descubrimiento maravilloso y, si el paciente hubiera muerto durante la operación la ciencia habría tenido que esperar mucho tiempo para descubrir los efectos hipnóticos de algún otro remedio de igual fuerza seguridad, y puede cuestionarse, con todo derecho, si habría llegado a usarse el cloroformo como se emplea en el presente.

El heroico valor del hombre que voluntariamente se colocó en la mesa de operaciones, un sujeto para el bisturí del cirujano debería ser recordado y su nombre inscrito en un pergamino colgara en los muros del anfiteatro quirúrgico en el que se realizó la operación. Su nombre era Gilbert Abbott.

La operación fue de un tumor congénito en la parte izquierda del cuello, el cual se extendía de la mandíbula a la glándula maxilar y por la boca, abarcando un costado de la lengua. La operación fue exitosa y, cuando el paciente volvió en sí, declaró que no había sufrido dolor alguno. El doctor Warren se volvió hacia los presentes y dijo: "Señores, esto no es una farsa".

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